¿Quién me iba a decir que terminaría subida en una lancha motora saltando olas y buscando delfines?.
Nunca había montado en barco, nunca había estado en Benidorm y nunca antes había visto delfines salvajes. Pero gracias al equipo del Parque Natural de Serra Gelada, mi sueño se hizo realidad.
El lunes 23 de agosto fui a la oficina para que me explicaran en qué consistía el voluntariado y al día siguiente ya estaba con la brigada en mi primer recorrido por el parque.
Me trasladé en el tiempo al ver las dunas fósiles y los estratos rocosos, tan perfectos como un libro de historia abierto. Las cuevas y rocas, de formas caprichosas, daban nombre a algunas de las zonas más características ¿Quién no reconocería la Cueva del Elefante?. Cerca de Altea, muchas de estas formaciones kársticas eran usadas por los pescadores para sujetar sus escalas. Me daban vértigo sólo con verlas.
Pude disfrutar de la sensación de libertad al ir en el barco, con el viento de cara y el horizonte perdido en el mar. Los parajes singulares de Serra Gelada, con sus acantilados y aguas cristalinas, con las praderas de Posidonia bajo el mar y los cormoranes sobrevolando las olas. Maravilloso. La isla de Benidorm, con más turistas que gaviotas, ponía el broche final frente a los rascacielos que se alzaban en la costa.
El jueves sucedió el momento más esperado; avistamos un grupo de unos seis delfines mulares. Venían desde levante y pasaron junto a nosotros a toda velocidad en dirección a la piscifactoría de Altea. Allí nos despistaron y ya no los volvimos a ver. Fue todo tan rápido que no pudimos sacar fotos.
Todavía tengo en mi memoria sus aletas por encima de las olas, dando saltos y haciendo surcos de espuma en el agua. Difícilmente se puede olvidar algo así. Esa misma mañana me tenía reservada un par de sorpresas más; el repentino salto de un pez espada y unos halcones peregrinos recortados contra el cielo. ¿Qué más podía pedir? Encontrarme al día siguiente con otro pez espada que saltó a modo de despedida, dejando tras de sí una estela de agua.
El viernes fue mi último recorrido así que aproveché para disfrutar del paisaje y del mar una vez más. El olor de la sal, el viento que me hacía entrecerrar los ojos, el ruido del motor, las gaviotas flotando sobre las olas como pequeñas barcas, los oblones y las castañuelas comiendo migajas del almuerzo, esos cafés en el Arizona…
Santa, los Antonios, Pere, Fernando, Daniel y Jose Luis, gracias por responder a todas mis dudas y preguntas, por explicar tan bien las cosas, por haber hecho que me sintiera como en casa. Gracias.
Miriam Jiménez Iriarte
jueves, 2 de septiembre de 2010
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